This Isn’t What I Planned to Write
This isn’t what I thought I’d write, this isn’t what I thought I’d publish. But as I was writing about spring equinoxes, metaphors of renewal, and an endless cycle—just like in Disney’s The Lion King—it hit me: you, me, all of us, are like flowers.
You might be wondering where on earth I’m coming from, what plant I’ve smoked, or what thorn pricked me. But before you jump to any conclusions, let me say, without it being held against me in court, that I ask you to hear me out until the end.
On March 20, we welcomed a new season: spring—the season that, despite the allergies, we all greet with open arms (and tissues in our pockets). It’s the prelude to summer, when sunlight gradually increases, stretching our days and shortening our nights. Many poets, writers, and great figures throughout history have reflected on this time of year—a season that disrupts our closets and throws our plans into chaos, because, as the saying goes, “Spring fever is in the air.”
Getting back to the point, we are in a time of change. Not only do the flowers bloom (excuse the redundancy), but we also bloom with them. It’s during this period that we shine our brightest, that we lay down the roots to keep us steady through summer. It’s when we stop seeking answers by plucking petals from a white daisy and know for certain that when the sun rises, so will we.
We’re in that season when anything can happen: a wave of nonsense, an opportunity, a bouquet of flowers, a sign. But keep in mind, no matter how much you expect it, you’ll never see it coming.
Esto no es lo que pensaba escribir, esto no es lo que pensaba publicar, pero mientras escribía sobre equinoccios de primavera, las metáforas de la renovación y un ciclo sin fin, al más puro estilo de la película Disney el Rey León, he caído en la cuenta de que tú, de que yo, de que todos, somos como flores.
Es posible que estés pensando que de qué capullo he salido, qué planta me he fumado o con qué espina me he pinchado. Pero antes de que saques tus propias conjeturas, permíteme decir, sin que sea utilizado en mi contra ante un tribunal, que, por favor, me dejes llegar hasta el final.
El pasado 20 de marzo dimos la bienvenida a esta nueva estación del año: la primavera, esa estación que, pese a las alergias, todos recibimos con los brazos abiertos (y pañuelos en los bolsillos). El antecedente al verano, cuando la luz del sol va aumentando, de forma gradual, para alargar nuestros días y acortar nuestras noches. Son muchos los poetas, escritores y grandes personajes de la historia, los que han conversado sobre este periodo del año que tanto desordena nuestros armarios y enloquece nuestros planes, ya que como bien dice el refrán… “la primavera, la sangre altera”.
Volviendo al tema inicial, nos encontramos en un periodo de cambio, donde no solo las flores florecen (valga la redundancia), sino que también nosotros florecemos con ellas. Es en este periodo cuando brillamos con más esplendor, cuando echamos las raíces que nos mantendrán unidos en verano, cuando dejamos de buscar respuestas arrancando los pétalos de una margarita blanca para saber con certeza, que cuando salga el sol, también lo haremos nosotros.
Porque nos encontramos en esa estación del año en la que te puedes esperar cualquier cosa: una oleada de sin sentidos, una oportunidad, un ramo de flores, una señal. Pero ten en cuenta, que por mucho que te lo esperes, no lo verás llegar.
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